Entonces él se sacó del bolsillo una manzana que morder; un zapato de cristal que probarla; una rueca para pinchar su dedo y despertarla una y otra vez a base de besos; un conejo con prisa al cual seguir juntos hacia el País de las Maravillas; una alfombra mágica para llevarla a un mundo ideal; un blanco Pegaso para volar con ella hasta el Olimpo; una rosa hechizada que rompería las diferencias entre ellos si conseguían encontrar el amor; unos polvos de hada para viajar de la mano al País de Nunca Jamás; la proa de un gran transatlántico para susurrarla al oído que es la reina del mundo...
-¡Para, para, PARA! ¿Por qué lo has estropeado? ¡¿Es que no lo entiendes?!
Y mientras corría con lágrimas en los ojos y el corazón perforado por mil sitios diferentes, recordó todos y cada uno de los finales de los cuentos que había leído.
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